La incredulidad de los hombres impíos y religiosos
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo” (Hebreos 3.12).
La incredulidad es el pecado que sirve como puerta al reino de las tinieblas. Lo que la fe significa para la salvación lo es la incredulidad para la condenación. Así como ningún escrito acerca del plan de salvación está completo sin tratar el tema de la fe, igualmente ningún escrito acerca de la obra del diablo está completo sin tratar el tema de la incredulidad.
La incredulidad es a la fe lo que las tinieblas son a la luz. Al apagarse la luz, aparece la oscuridad para tomar su lugar; y habiendo desaparecido la luz, la oscuridad se enseñorea de todo. La incredulidad se encuentra solamente donde la fe no existe. Donde la fe esté completa y sea perfecta, no podrá haber incredulidad.
Fue por la desobediencia de un hombre que el pecado entró en el mundo. Este hecho de desobediencia se muestra también cuando Eva cambió su fe en Dios por la fe en Satanás. No creer en Dios es el fundamento de todos los demás pecados (Tito 1.15). La incredulidad encierra a toda la humanidad (Romanos 11.32). Por el engaño del padre de mentira el mundo ha venido a ser el hogar de toda forma de incredulidad. Actualmente han surgido muchos tipos de incrédulos para ayudar al diablo a robar la fe de los hombres y destruir la obra de Dios en el corazón humano.
Tipos de incrédulos
El ateo no cree en la existencia de Dios. Es el necio quien dice: “No hay Dios”
El pagano niega que haya revelaciones directas de Dios. No cree que la Biblia es la palabra de Dios. Se opone al cristianismo verdadero.
El agnóstico ni afirma ni niega la existencia de Dios; profesa una actitud neutral en cuanto a la fe cristiana. Limita su creencia a estas tres palabras: “Yo no sé”. En realidad, él es un pagano.
El filósofo se toma la libertad de formar sus propias opiniones a pesar de lo que dice la Biblia. Así rechaza la autoridad de las sagradas escrituras.
El modernista trata de explicar la doctrina cristiana desde el punto de vista de las creencias y los conceptos modernos.
El evolucionista trata de sustituir el relato de la creación según Génesis por la teoría de un desarrollo lento. Piensa que el mundo se formó a través de millones de años y que los seres vivos van transformándose. Plantea que el hombre fue antes mono y que evolucionó con el paso del tiempo hasta llegar a convertirse en el hombre actual.
Todos estos tipos de incrédulos, aunque varían mucho entre ellos mismos y se contradicen el uno al otro, sin embargo, trabajan unidos al oponerse a la Biblia. Niegan que la Biblia sea una revelación directa de Dios al hombre y que sea infalible y de autoridad absoluta. Como resultado de las opiniones de todos estos tipos de incrédulos la iglesia cristiana de hoy se enfrenta con tales herejías destructoras como el ateísmo, el politeísmo, el panteísmo, el universalismo, el unitarismo, el materialismo y el racionalismo. En medio de esta confusión, Satanás está cosechando multitudes de almas engañadas.
Lo que nos hace vulnerables a la incredulidad
Cristo se asombró de la incredulidad de la gente en su tiempo (Marcos 6.6). ¿Acaso él no había cumplido con todas las profecías del Antiguo Testamento acerca de la venida del Mesías? Por su maravilloso poder de hacer milagros, por su sabiduría, el amor, la gracia y la bondad que él manifestó mientras estuvo físicamente en la tierra nadie debió haber dudado que él fuera el Mesías. ¿Acaso no se maravillaron los mismos judíos incrédulos de su sabiduría y poder? Sin embargo, aunque dijeron que esperaban la venida del Mesías, no creyeron en él. Más bien, lo mataron.
¿Acaso es más asombrosa la incredulidad de los judíos de aquel tiempo que la del mundo de nuestros días? Las evidencias del cristianismo están en todas partes. No solamente tenemos a Moisés y a los profetas, sino también el evangelio de Cristo, el testimonio de las vidas de los hijos de Dios, el Espíritu Santo y las manifestaciones de la gracia y el poder divino en los acontecimientos diarios del mundo. ¿Por qué, pues, está aún “el mundo entero bajo el maligno” (1 Juan 5.19), envuelto en el manto de la incredulidad? ¿Qué es lo que nos hace vulnerables a la incredulidad?
1. Codiciar el pecado
Muchas veces culpamos a otros de hacernos caer en el pecado, pero no debemos echarle la culpa a nadie sino a nosotros mismos. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1.14). ¿Por qué el borracho no deja su botella, el fumador su cigarro, el jugador de suerte la mesa del juego, el hombre inmoral el burdel, el hombre codicioso su negocio deshonesto, el que busca placeres sus lugares favoritos de diversión, el hombre contencioso sus peleas, el irreverente su profanidad o el ladrón el hurto? No los dejan porque siempre desean lo malo. Cuanto más codiciamos las cosas malas, tanto menos estimamos la palabra de Dios. Luego concluimos que estas cosas no son tan malas como pensábamos y que la Biblia no significa exactamente lo que dice.
Vemos a personas que una vez fueron fieles a Dios y a su palabra, pero después volvieron a los caminos del pecado. Quizá fue algo del mundo que ellos codiciaron, algún mandamiento del Señor que no quisieron obedecer o alguna cosa o negocio prohibido por la iglesia que los llevó a caer en pecado. Al principio, su conciencia los molestaba cuando pecaban, pero después de un tiempo la misma dejó de molestarlos. Sus deseos los han llevado a una actitud de desobediencia y tal desobediencia produjo un estado de incredulidad. Ahora se burlan de las cosas que una vez creyeron. Son como a los que Pablo se refería cuando dijo: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2.11).
2. Los intereses propios
Tal vez usted se haya sentado en su habitación tan fascinado con la lectura de un libro que no se fijó en ninguna otra cosa o tan interesado en un párrafo que ni siquiera vio el resto de la misma página que estaba leyendo. A lo mejor usted haya visto a personas tan preocupadas con sus negocios que perjudican sus vidas espirituales y que aunque alguien los amonestó una y otra vez nunca vieron algún peligro en lo que hacían.
¿Por qué los judíos no creyeron en Jesús? Ellos estaban tan interesados en el judaísmo que no quisieron ver la verdad. ¿Por qué en la actualidad hay tanta incredulidad en el mundo? Porque la gente busca los placeres, las riquezas, las vanidades y los engaños del mundo con tanta ansiedad que con nada desechan las advertencias de la Biblia, negándose a creerlas.
3. El engaño
¿Por qué Eva extendió la mano para tomar el fruto prohibido? Porque se engañó creyendo que el fruto que deseaba era mejor que lo que ya tenía. ¿Por qué los hombres roban, juegan lotería y hacen fraudes? El tentador les ha hecho creer que ésta es la manera más rápida, más fácil y mejor de obtener dinero. A medida que se van estimando más las cosas temporales y carnales, se estiman menos las cosas eternas y espirituales. Por esta razón los hombres rechazan a Dios y desconfían de Jesucristo, y siendo engañados creen que han encontrado algo mejor.
4. Las amistades mundanas
En esto se halla la base por tanta incredulidad. Los incrédulos inteligentes, educados, sociables y persuasivos son compañeros peligrosos para los jóvenes. Es de esta manera que muchos hogares, muchos clubes sociales, muchas iglesias, muchas escuelas y muchas universidades han sido convertidas en fábricas de incrédulos.
5. La literatura dañina
Un religioso joven estaba de visita en el hogar de otro religioso más anciano. Entonces vio en la mesa de la biblioteca un ejemplar del libro de Tomás Paine, “The Age of Reason” (La época de la razón). El joven religioso se quedó atónito.
¿Qué? ¿Usted lee tales libros? —Sí, ¿por qué no? —contestó el otro—. Quiero informarme de tales cosas para poder predicar contra ellas. —Pero, ¿y sus hijos? —le preguntó el primero. —No hay peligro — contestó el anciano—. Ellos casi nunca lo leen. Sin embargo, sí había peligro. Los dos hijos se volvieron incrédulos. La literatura tiene poder, sea para el bien o para el mal.
Lo que hace la incredulidad
Resulta triste que muchos cristianos no se dan cuenta de los daños que la incredulidad está causando en tantos hogares, escuelas e iglesias. Por el bien de ellos y de los demás, examinemos lo que hace la incredulidad.
1. Debilita el poder de los obreros cristianos
En varias ocasiones la Biblia da ejemplos en los cuales se demuestra que hasta los discípulos no cumplían lo que debían por falta de la fe (Mateo 17.19–20). Para Dios todo es posible; pero para el hombre lo posible se mide conforme a la fe (Mateo 9.29). Sabiendo que la fe es la victoria que vence al mundo (1 Juan 5.4–5), concluimos que la falta de fe es en parte lo que ha impedido que más personas del mundo sean escogidas para servir a Cristo.
2. Impide la obra de Cristo
Según Marcos 6.5–6, Cristo no pudo hacer muchos milagros en su propio pueblo a causa de la incredulidad de la gente. La fe de parte de los obreros y también de los oidores de la palabra es indispensable para tener éxito en la obra de Dios.
3. Impide que los hombres entren en el reino de Dios
Los israelitas no entraron en el reposo de Dios “a causa de incredulidad” (Hebreos 3.19). De los que vivieron cuando estaba Cristo en la tierra, pocos entraron en el reino de Dios; pues la mayoría de los judíos permanecieron en incredulidad. El dicho “el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan 3.18) es tan verdadero hoy como lo fue cuando se pronunció por primera vez. Los incrédulos pueden hacerse miembros de una iglesia, y muchas veces lo logran. Pero no hay lugar para ellos en la iglesia verdadera de Jesucristo.
Cuando el carcelero preguntó sobre el camino de la salvación, los apóstoles le contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo” (Hechos 16.31). Cuando el eunuco quiso saber si podía ser bautizado, Felipe le dijo: “Si crees de todo corazón, bien puedes” (Hechos 8.37). Finalmente, vemos que lo que acontecerá a los incrédulos es que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8). La Biblia no ofrece ninguna esperanza de salvación a nadie sino sólo por la fe en el Señor Jesucristo.
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