Vivir para Dios es difícil porque somos pecaminosos y carnales.
La carne y el Espíritu de Dios se oponen entre sí. Como cristianos, se supone que debemos crucificar nuestra carne para que podamos vivir por el Espíritu. Pablo escribió: "He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí." (Gálatas 2:20). Vivimos en un cuerpo carnal, pero se nos instruye a vivir de acuerdo con el Espíritu de Dios (Gálatas 5:16, 25).
Antes de ser salvos, vivíamos de acuerdo con nuestra carne, cumpliendo todos nuestros deseos carnales sin conocer ningún camino mejor. Estábamos atados al poder del pecado y nos motivaba hacer las cosas que nos dan placer y nos hacían sentir mejor con nosotros mismos. Cuando somos salvos, nos enfocamos en Dios en lugar de enfocarnos en nosotros mismos, y el Espíritu Santo entra en nuestro espíritu humano para romper el poder del pecado en nuestras vidas y permitirnos vivir en obediencia a Dios. Ezequiel 36: 26–27 dice: "Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes." En 1 Corintios 5:17 dice que todos los que están en Cristo son nuevas creaciones. La culpa personal es reemplazada, y el amor a Dios se convierte en nuestra nueva motivación, pero esto no significa que no tengamos que luchar contra nuestro yo carnal.
Debemos crucificar nuestra carne, no modificarla (Romanos 6: 6–7). La lucha es que la carne quiere vivir y reinar en nosotros. Pablo habla de la batalla entre su espíritu que desea seguir a Dios y su carne que quiere satisfacerse a sí misma (Romanos 7: 21–23). Cuando elegimos seguir a Jesús, tendremos que sacrificar nuestros deseos carnales y saber que habrá pérdidas involucradas. Jesús vino a servirnos y salvarnos, por lo que debemos hacer lo mismo por Él (Marcos 10:45).
Jesús alertó a las personas para que calcularan el costo y consideraran la dificultad que implicaría seguirlo. Es todo o nada: "De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo." (Lucas 14:33; ver Lucas 14: 25–33; ver también Mateo 7:14 y Lucas 16:13). Esto no significa que tener posesiones y relaciones cordiales con otros sea malo, pero significa que tenemos que mantenerlas lo suficientemente a distancia como para estar dispuestos a sacrificarlas por la causa mayor de Cristo. Su voluntad y Sus caminos son lo primero. Durante el ministerio terrenal de Jesús, multitudes de personas se reunieron para ver los milagros que Él realizaría, pero cuando habló sobre las dificultades del evangelio y lo que se necesitaría para vivir para Dios, muchas personas dejaron de seguirlo (Juan 6: 63–66).
El área que hace tropezar a la mayoría de los cristianos es que no quieren vivir cien por ciento para Cristo porque les traerá incomodidad, vergüenza o persecución. Estas personas quieren vivir para Cristo de una manera que sea compatible con las formas del mundo. Sin embargo, la verdad es que estos dos métodos de operación no pueden coexistir exitosamente en una sola persona. El verdadero cristianismo no puede ser hecho a medida para adaptarse a nuestro nivel de comodidad. La Biblia dice: "[...] ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios." (Santiago 4: 4; véase también Gálatas 1:10). Cuando somos perseguidos por nuestra fe, debemos glorificar a Dios en ella (1 Pedro 4:16).
Aunque hay sacrificios involucrados en vivir para Dios, también hay un gran gozo y paz al estar cerca de Él. El apóstol Pablo escribió su carta más gozosa, Filipenses, mientras estaba en prisión por predicar las buenas nuevas de Cristo. Seguir al Espíritu trae gran gozo (Hechos 13:52). Dios promete honrarnos cuando vivimos para Él (Juan 12:26). Servir al Señor trae alegría, porque trae satisfacción y unidad con Cristo. Nos permite experimentar su presencia en nuestras vidas (Salmo 100: 2; Juan 15: 1–11). Cuando vivimos para Dios, tenemos una relación personal con Él y podemos escuchar Su voz a través de la Palabra y la oración (Juan 10:27; Lucas 11:28). Esta cercanía nos da la fuerza que necesitamos para perseverar en negar nuestra carne, tomar nuestra cruz diariamente y seguirlo (Lucas 9:23).
Fuente: https://www.compellingtruth.org/
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