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sábado, 21 de septiembre de 2019

¿En cual grupo estás en las Prudentes o Insensatas?

Las Vírgenes 

La parábola dice que el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que con lámparas salieron a recibir al esposo. Se compara el Reino de los Cielos a una actividad: salir a recibir al Esposo. El énfasis del mensaje está en cómo hacerlo.

Todo el grupo salió a recibir al esposo. Todas tomaron sus lámparas. Y todas las lámparas fueron encendidas.

Jesús señala aquí, que son diez. Luego dividió al grupo; comienza a hablar de individuos, porque quiere destacar que la cosa en cuestión es de decisión personal.

En todos los aspectos de esta vida diferentes personas resuelven un mismo asunto de maneras distintas. Eso es normal, así sucede. Una misma situación siempre se enfrenta de diversas maneras. La prudencia no es algo general, ni tampoco lo es la insensatez. El grupo de las diez no recibió un solo resultado común, porque cada una obtuvo conforme a su actitud personal, conforme a su propia manera de vivir. Quizá debido a eso Jesús advierte: Algunos no harán las cosas de la manera correcta. Y sufrirán pérdida.

Sorprende, viniendo de parte de Jesús, que él separe el grupo en dos, aunque realmente no es él quien genera la división, sino las propias vírgenes, con sus actitudes. Cinco entraron luego con el esposo, cinco no. Esta consideración asusta un poco y nuestro corazón se cubre rápidamente diciendo que se trata de una ilustración. Pero, lo sea o no, es bueno preguntarnos: “¿En cuál grupo me encuentro yo?” Si las diez vírgenes representan a todos los redimidos, a toda la iglesia, ¿puede ser que Jesús esté advirtiendo con esta parábola que tanto como la mitad pueden perder la entrada? ¿Será posible que tantos no lleguen a participar de la boda, a pesar de que salieron de sus casas con el exclusivo propósito de recibir al Esposo y entrar con él ?

Diez vírgenes fueron diez decisiones. Coincidió en la historia que cinco y cinco pensaron igual, pero Jesús nos está diciendo: "Hablo de Ti".

últimamente el Espíritu Santo está mencionando esta parábola en muchos mensajes de diferentes predicadores, y en los más variados énfasis. ¿Por qué? Porque el tema es para considerarlo seriamente. Cinco vírgenes eran prudentes y cinco actuaron insensatamente. ¿De cuáles soy yo?

Me dí cuenta que para poder responder, antes necesitaba entender el significado de las palabras “prudencia” e “insensatez”, porque, es curioso, pero normalmente decimos que “imprudente” es lo opuesto a “prudente”. Utilizamos las palabras “prudente/imprudente” en relación a “cauteloso” o a “uno que tiene cuidado”, pero no pensamos que sea “insensato” quien no es “prudente”. Mas Jesús utiliza aquí ese sentido. Busqué aclarar estos conceptos antes de seguir, para no malinterpretar todo el asunto.

Hallé lo que cualquier diccionario explica: “Prudencia es discernimiento entre lo bueno y lo malo, para seguirlo o huir de ello”. En otras palabras, es la capacidad de distinguir, de diferenciar entre lo bueno y lo malo,... ¡para actuar! La prudencia no es solamente discernir, no es solamente darse cuenta, sino que incluye una acción que sigue a ese darse cuenta. ¡Actuar de acuerdo con lo discernido! Prudencia es ver y obrar.

Por eso Jesús llamó “prudente” -en Su otra ilustración acerca del Reino de Dios- al que edificó su casa sobre la roca y no sobre la arena. Vio arena y no edificó, y vio roca y sí edificó. Discernió lo correcto e hizo de acuerdo a ello.

¿Y un “insensato”? Es uno que no posee la sensatez; que habla u obra sin ella. Uno que no razona, que no juzga, que no compara sana o correctamente. Y que luego, por supuesto no obra de acuerdo al buen juicio. En la misma historia mencionada de Mateo 7, Jesús dice: "Cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato...” Estos son los significados de “prudente” e “insensato”.

Ahora estaba mejor equipado para escudriñar en qué consistía la insensatez o la prudencia de las vírgenes.

Todas esperaban al Esposo. Conocían y creían aquella palabra de que el Esposo volvería, y cuando escucharon el clamor, salieron inmediatamente a recibirle. Le deseaban. Habían estado esperando este momento. Todo parece estar bien. ¡Diez vírgenes enamoradas del Esposo salen a recibirle! Sin embargo, había diferencias entre ellas. Diferencias que a simple vista no se veían, pero estaban en ellas, y quedarían descubiertas con los acontecimientos que venían. ¿Habrá algo de ellas que también se encuentre en mí?

Aquél clamor se oyó cuando ya empezaba a oscurecer, así que todas tomaron lámparas en sus manos; cada virgen tenía la suya, y sería lógico pensar que todas las llenaron bien de aceite antes de salir. ¿Mas en qué consistió el discernimiento de las prudentes, que quisieron llevar una vasija con aceite adicional en la otra mano? ¿Y cuál fue la ceguera de las insensatas, que no hicieron lo mismo?

Parecería haber varias razones, pero una está relacionada con nuestra actitud hacia la lámpara misma. Tener la lámpara llena de aceite, bien encendida y emitiendo una luz fuerte es lo que cada uno de nosotros desea, ama y disfruta. Con todo, hay una realidad que no debemos olvidar: ¡No hemos sido redimidos solamente para tener nuestro ser lleno de aceite y arder y tener luz! Por más hermoso que esto sea, por más deseable, por más que nos bendiga tanto a nosotros y a otros, el propósito final de Dios no es que terminemos siendo vírgenes con lámparas. Está en Sus planes que tengamos la lámpara funcionando, pero la lámpara no es lo que él quiere para nosotros como fin. No.

Del Antiguo Testamento aprendemos que si este fuese el propósito final de Dios, el candelero de oro (la lámpara de ese lugar) dentro del tabernáculo de Moisés habría sido la pieza más importante del mobiliario. Pero no lo fue. Su existencia era necesaria, lleno de aceite, encendido y ardiendo continuamente, nunca debía apagarse; su luz era necesaria, pero a pesar de ello, no era el mueble más importante. ¿Cómo entonces? Tanto luchar en Dios y rogarle y pedirle ser llenos y arder y tener luz, ¿para que me digan que eso no es “lo máximo”? Pues, es muy alto, e imprescindible para la vida misma; pero no, no es la meta.

Por aquí está el peligro que la iglesia debe considerar en su peregrinar y que originó la mala decisión de las vírgenes insensatas. Ellas pensaron: “Nuestras lámparas están llenas y encendidas; arden y su luz está alumbrando. ¡Ya puedo afrontar cualquier cosa que el Señor me pida! No hay más lugar vacío en mí; todo lo llenó él. Esto que está en mí es Dios mismo; es Su Espíritu mismo dentro de mí. Es eterno, ¡nunca se acabará! Lo que Dios llenó no se vaciará.”

No juzgaron sensatamente. Es la misma manera de pensar de aquél rico que se dijo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.”

Las vírgenes insensatas creyeron que ya lo tenían todo para acceder al lugar de las bodas. Y realmente... casi lo tenían. Fascinadas por la belleza del don, de lo que él había puesto en ellas, no se dieron cuenta de que habían bajado la mirada del Dador.

Ceder el más alto lugar a lo que poseemos hoy porque arde en nosotros con fuego y luz, es muy riesgoso; nos hace perder de vista lo que realmente es primero. Es un peligro muy sutil, adorar lo que hemos recibido de Dios en vez de a Dios que nos lo dio. Enaltecer la lámpara que tenemos por lo bien que funciona, nos desubica. Es cierto que la gloria del fuego y su calor nos asombran y nos llenan de felicidad. Nos sentimos adoptados por él y guardados por Su Mano, pero enaltecer la lámpara nos hace caer en un desvío, en una trampa. Dios no es quien pone las trampas en el camino, mas el enemigo de nuestras almas sabe de nuestras codicias y egoísmos y concupiscencias y nos prepara los caminos laterales. Si no nos cuidamos ¡de nosotros mismos! podemos caer en la trampa y no llegar al final.

El valor que merece la lámpara encendida en nosotros tampoco debe ser menospreciado, porque es genuino, porque es algo que Dios mismo da, es parte de Sí mismo, es Su Espíritu, es Su gloria, y es indispensable para poder recibir al Señor que viene; sin embargo, a pesar de su gran importancia, es solamente el utensilio santo. Es el que nos permitirá ver el camino, porque he aquí que estamos saliendo a recibir al Esposo, y cada vez se está haciendo más de noche.

Las vírgenes insensatas creyeron que estaban completas. Parecía que estaban completas, pero olvidaron que un fuego que arde y produce luz va consumiendo el aceite existente... hasta terminarlo. Y no previeron una posible demora del que venía. (¿O sería presunción en ellas, que decía: “¡No hay problema, con lo que tengo me alcanza y sobra!”).

Bunyan relata en su libro “El Peregrino” una situación: El Intérprete lleva a Cristiano hasta un lugar donde había un fuego ardiendo al costado de una pared. Había un hombre echando agua sobre el fuego, pero éste ardía cada vez más brillante y más ardiente. Cristiano dijo entonces: —¿Qué significa esto?. El Intérprete le contestó: —El fuego es la obra de gracia en el corazón humano. El que echa agua para apagarlo es el diablo. Pero, como ves, el fuego arde más brillante y más ardiente. Te mostraré el motivo. El Intérprete lo llevó detrás del muro. Allí vio a otro hombre con un cántaro de aceite en su mano, vertiéndolo continuamente debajo del fuego.

—¿Qué significa esto?, preguntó Cristiano. El intérprete respondió: —éste es Cristo. Usa el aceite de Su gracia para mantener la obra ya comenzada en el corazón de Su pueblo. Los que pertenecen a Cristo son hijos de la gracia, y el poder del diablo, aunque grande, no puede apagar el trabajo de gracia empezado en sus corazones.

Me preguntaba anteriormente en qué consistiría la diferencia entre ambos grupos de vírgenes, pues querría saber en cual lado estoy. Y observé que no fue que las vírgenes insensatas no tuvieran luz, porque sí la tuvieron. Pero ellas no tuvieron luz en el momento en que fue necesario tenerla. De nada les sirvió haber tenido sus lámparas llenas de aceite días atrás, o aun esa mañana. Tuvieron gran alegría durante aquél tiempo, pero cuando el Esposo llegó, a sus lámparas se les había terminado el aceite; estaban vacías. Dicho de otra manera, de nada sirve andar lleno hoy, si cuando él venga me halla vacío.

La razón principal por la cual las insensatas no tomaron vasija adicional en su mano libre, posiblemente fuese porque su alegría se limitaba a tener y ver como ardía su propia lámpara, y no les interesaba entender por qué debía arder. Su mayor regocijo estaba en el hecho glorioso de tenerla ardiendo. Como si dispararan bengalas hacia la noche para ver la maravillosa figura de chispas multicolores que embellecen el cielo, y luego, cada vez que aquellas se extinguían corrían a comprar otra, sólo para ver el bello espectáculo otra vez.

La insensatez de aquellas vírgenes nació al posar la mirada sobre el objeto equivocado. Poniendo los ojos sobre la belleza de sus lámparas, que por supuesto se veían más honorables y hermosas cuando ardían, iban vez tras vez a los que vendían, pero compraban solamente la cantidad necesaria para tenerlas llenas. Cuando les parecía que precisaban aceite, cuando les parecía que estaban precisando luz, irían a los vendedores con sus lámparas y les dirían: —Llénemela.

—Ah, ¡estoy llena otra vez! Volveré tranquila ahora a continuar esperando al Esposo. Los buscadores de “ser llenados” vez tras vez, son los que miran hacia sí mismos, (¿será como “buscando lo suyo propio y no lo que es de Cristo Jesús”?) y cuando ven todo glorioso a la luz del aceite divino que arde en sus corazones, ponen su confianza en sus propias capacidades y en las que se adquieren cuando arde el Espíritu. Ciertamente hasta cierto punto han consagrado sus vidas, pues sin la mecha no habría fuego sobre ellos, pero tienen la mirada puesta en lo equivocado. Embelesados de lo que Dios les ha provisto, pierden de vista el propósito principal.

Las vírgenes insensatas fueron llenas de esa gracia que Intérprete le mostró al Peregrino, pero la diferencia con las prudentes consistió en que por alguna razón —no explicada en el texto— se separaron de la provisión.

Tampoco sabemos qué movió a las prudentes a tomar la vasija con la provisión, pero estas ciertamente sí recordaban que el aceite es algo que se consume. Y no querían correr el riesgo de que se les terminara justo cuando más hiciera falta. Tomar otra vasija con aceite era la manera de mantenerse conectadas continuamente con la provisión. Nuevamente el candelero del Tabernáculo de Moisés nos enseña el secreto de su permanente luz: estaba conectado por tubos al depósito principal. Debía arder continuamente, y no se correrían riesgos de que se apagara. Dios exigía que las lámparas ardieran sin cesar para lo cual el sacerdote se ocupaba todas las mañanas y todas las tardes de mantener lleno de aceite lo que se iba consumiendo del depósito escondido.

Hay peligro de insensatez cuando pensamos: —¡Ya lo tengo! ¡Lo logré!, porque no estamos vien do el depósito detrás y encima nuestro. Es cierto que se nos escapa cuando somos llenados por primera vez, pero seguir pensando así por mucho tiempo es un error. Porque lo que tenemos es de Jesús. Lo tenemos porque él nos lo dio. Es de él; para nosotros, pero de él. Justamente por eso, él solamente es quien lo puede mantener. Nada podemos hacer para obtenerlo, porque es por gracia, y la gracia es eso: Gracia. Menos podemos hacer para mantenerlo. Una uva, por más gorda y jugosa que se vea, no debe pensar que no precisa más de la vid, pues el jugo que hay en ella (y su misma existencia) es producto de la vid. Despréndase la uva y muy pronto el sol que no le podía hacer nada mientras colgaba en el sarmiento, la marchitará apenas la encuentre separada de su fuente.

Las vírgenes insensatas no discernieron la necesidad de una continua dependencia de la provisión de aceite; cuando lo tenían quedaban como ciegas, como encantadas por lo que tenían, y adoraban eso. En cambio las prudentes apartaron de sí mismas cualquier sentir de autosuficiencia y pusieron su dependencia en Aquél quien alimentaba su fuego y que permitía su luz. No consideraron su fuerza, sino que tuvieron temor. No se apoyaron en la capacidad de sus lámparas ni en la fuerza con que iluminaba el fuego sobre el aceite y la mecha; no se consideraron ya “espiritualmente” independientes y preparadas, sino que se extendieron hacia la continua dependencia de una Vasija Mayor.

Son dos formas de vivir: La de ser llenado, vivirlo hasta que se consume y luego ir otra vez “a los que venden” para ser llenado otra vez, o la otra, gastar un poco más, pero poseer una vasija que permita estar lleno continuamente. Son dos distintas maneras de vivir la vida de Dios en nosotros.

Mirar lo correcto, discernir con prudencia, es entender que la lámpara ardiendo es indispensable para estar en luz cuando el Señor venga, sabiendo que sin ella no podremos recibirle, y la acción que sigue a ese buen discernimiento es protegernos contra cualquier riesgo de que se nos apague. Está aquél que buscará ser llenado y brillar, lo deseará y lo disfrutará, pero sus ojos siempre estarán en Jesús, sabiendo que si el Señor no está, de nada sirve todo esto. Y está aquél cuyo afán es ser lleno, y lo será, y disfrutará seguramente del verdadero arder del Espíritu, pero su satisfacción se queda en el hecho de andar lleno y brillar frente a los demás (y obviamente bendiciéndolos). Sus ojos están sobre sí mismo, amándose a sí mismo en ese vestido de gloria de Dios. Al que ama ser lleno y arder y alumbrar y tan sólo eso, aunque esté "cumpliendo la Gran Comisión", su propio corazón le ha engañado sutilmente. No ama a Jesús por lo que Jesús es, sino por los beneficios que de Jesús recibe.

Jesús nos ama y por eso incluyó esta parábola en las Escrituras. Hay trampas en el camino, y ésta es una bastante encubierta, porque como uno está tan lleno del gozo por la gloria de Dios, no presta atención a la suave vocecita del Espíritu diciendo: “¡Cuidado! La cosa no termina aquí.”

En esta parábola Jesús está diciendo que debemos estar preparados. Es absolutamente necesario poseer esa gloria cuando él venga, pues es necesaria para entrar a las bodas; el Esposo reconocerá a los que están en luz en el momento de Su Venida. Pero también dice que no seamos insensatos, confiando que tenemos suficiente, por mucho que sea. Que seamos prudentes, no sintiéndonos autosuficientes por la gloria que está sobre nosotros, sino que nos mantengamos cerca de la provisión. Que no nos separemos de Cristo, nuestra provisión continua, pues sin él, nada podemos hacer.

¿Puedo saber a cuál grupo de vírgenes pertenezco? Hay una manera de saberlo. Si voy corriendo a la fuente para ser llenado y pasado un tiempo me apago, y voy otra vez y me vuelvo a apagar, y voy otra vez y me vuelvo a apagar, mi fuente está en los que venden.Y como estoy lejos de la provisión, demoro en reencender cuando se me termina el aceite. Pero si la Vasija está al alcance de mi mano, si estoy cercano a ella, si estoy junto a ella como el candelero del tabernáculo,si estoy como unido por tubos de provisión contínua desde la fuente, nunca se acabará el aceite de mi lámpara. Son dos actitudes cristianas diferentes, dos diferentes formas de vivir. El diccionario lo dice: Prudencia es discernimiento entre lo bueno y lo malo, para seguirlo o huir de ello.

Si las diez vírgenes representan a todos los redimidos, a toda la iglesia, ¿puede ser que Jesús esté advirtiendo con esta parábola que tanto como la mitad no tienen los ojos puestos en él?

La insensatez de cinco vírgenes fue que creyeron que lo que habían recibido era todo. Fueron convencidas de que el Cristo ya no les era más necesario.

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